domingo, 16 de marzo de 2014
ACTIVIDAD POLÍTICA Y COMPORTAMIENTO ÉTICO
Los seres humanos somos maravillosos, pero tenemos algunas
cosas que también nos definen y que no siempre queremos ver. Muchos de los
grandes proyectos políticos de la humanidad han fracasado entre otras razones
por esas cosas, que no han sido tomadas en cuenta a la hora de diseñarlos.
En el mundo político, esas cosas afloran con gran
virulencia. Una de esas cosas es la mezquindad, otra es la seducción del poder…
¿Qué tendrá el poder que nos seduce tanto?
En todos los casos, en todos los sistemas, una masa delega
el poder en una persona o grupo de personas, En la monarquía, la aristocracia lo
hace, en la democracia burguesa, el pueblo en general lo hace, en las
dictaduras, la oligarquía y el generalato lo hacen, en el socialismo real, el
proletariado lo hace, en los partidos políticos lo afiliados delegan en sus
dirigentes.
El problema es que los legatarios de ese poder son seres humanos,
y por alguna razón ese poder, por pequeño sea, los encandila, los hace sentirse
“diferentes” del resto de sus congéneres. Lo podemos ver, incluso a pequeña
escala en cualquier empresa, en el mundo del trabajo. Incluso un poquito de
poder, cambia a la gente. Basta verlo para imaginarlo a gran escala. Por lo tanto
hay que contar con eso a la hora de
repensar los sistemas.
Los representantes de alguna forma no solamente cambian en
el sentido sicológico, sino que en general ascienden en la escala social a rangos
más altos, no en todos los casos económicamente (aunque ciertamente, casi
siempre sea así), sino que el poder que tienen les da un “aura” que los coloca
en una posición de privilegio. Más allá de la forma que hayan llegado a ese
poder, dejan de “representar” a quienes los llevaron allí en muchísimos casos, puesto
que se desprenden de esa gente, ya no pertenecen a ellos, y dejan de “representar”.
En el caso de representaciones populares, lo cierto es que
hasta hoy no se ha visto un sistema que asegure mecanismos de control popular suficientes
para que ello no suceda. El “socialismo real” me parece un caso paradigmático
en ese sentido: Un grupo debe representar al proletariado, pero el proletariado
no tiene mecanismos de control sobre sus representantes. De allí que éstos
puedan cometer los desvíos que la voluntad les dicte. El factor humano, ese que
quizás no se tomó muy en cuenta, puesto que se partía de la base de que los
representantes gozaban de las mejores intensiones de representación, es una de
entre tantas causas de la caída del socialismo real. Es también una de las
tantas causas del desprestigio de las democracias burguesas.
Empezar a pensar en generar nuevos y efectivos mecanismos de control popular sobre los
representantes, debería ser una tarea a emprender con urgencia para presentar
una propuesta de sociedad alternativa, más sana y justa.
Porque entre otras cosas, ese acto de delegar el poder sin
mecanismos aceitados de control, desresponsabiliza a la gente. La aleja de la
política y de la “res publica”, la coloca en una confortable situación en donde
cree que “otros se encargarán” y “cada uno a lo suyo”. En ese marco, es muy
difícil pretender una sociedad con participación popular. Naturalmente la
cultura, la educación, y el posmodernismo, no colaboran ni un poquito, bien al
contrario. El individualismo, el “hacé la tuya”, el “sálvese quien pueda” mandan. La
vida cotidiana de la gente depende de decisiones que se toman desde la
política y rara vez, solamente cuando
las “papas queman”, la gente se interesa. La falta de mecanismos de control que
vuelvan a la persona un verdadero “ciudadano”, provoca la despolitización.
Pero nada más difícil de cambiar, porque justamente es un
tema cultural. La “revolución ciudadana”, pasa por ahí: un cambio de conciencia
y de praxis de lo que significa ser ciudadan@.
Esta revolución la conducirá naturalmente, gente vocacional, trabajando para construir una sociedad más
sana y justa. En algún sentido, eso
somos todos quienes nos interesamos en la política, los que militamos o tenemos
actividades políticas. Pero nosotros, ¿acaso no somos también seres humanos? ¿Acaso
estamos a salvo de mezquindades y deseo de auras del poder? Claro que no.
Digamos la verdad, ¿cuántos de nosotros habíamos abandonado
la actividad política un tanto asqueados de ver cómo pasaban las cosas? No sólo
a nivel de gobierno, sino también en la cortita. ¿Cuántos de nosotros hemos
llegado a pensar que “todos los políticos son iguales”, incluso aquellos con quienes una vez militamos juntos? Es que
parece que en la actividad política las mezquindades naturales del ser humano,
afloran con una violencia con la que no aforan en otras actividades. Quizás
porque la actividad política tiene que ver con el poder, a cualquier escala.
Queremos cambiar la ética de nuestros representantes, pero
muchos de nosotros no tenemos resuelto para nada el tema de la ética en
nuestras vidas. ¿Cómo hacer entonces?
Parece un callejón sin salida porque somos todos partes de
esta cultura. Una cultura donde algunos se rompen el tujes para que otros se
lleven el rédito y eso es “normal”, en donde se usa a la gente para desecharla
más tarde y también es “normal”, en
donde las ideas no se intercambian, se roban y es “normal”, en donde algunos
toman las decisiones políticas y otros salen a ejecutarlas sin que se les
pregunte siquiera su opinión, por aquello de la delegación. Ciertamente que
algunos no quieren “complicarse” con las decisiones, pero muchos que sí
quisieran no tienen siquiera la chance de hacerlo.
La política por alguna razón, es un mundo cruel para la “buena
gente”. La gente con un alto sentido
ético y moral encuentra ese mundo “sucio”; para poder hacer algo hay que “enchastrarse”.
Cuando escuché que Constanza pensaba en volver a la vida académica, me pregunté
si no le pasaría algo de esto.... vivir en un estanque de pirañas, no es lo que la gente ética prefiere para su vida... Sobre todo
sabiendo que esto no es patrimonio ni de la izquierda ni de la derecha, sino
del “homo politicus” en general.
Esta sensación de que la política es un mundo cruel,
salvaje, sucio… y que la “buena gente” por más que tenga mucho que aportar, no
lo soporta bien, aleja a gente valiosísima del universo donde se corta el
bacalao. Es verdad que estas mezquindades existen en todos los mundos, pero en
el mundo político parecen exacerbadas. Hay que tener muy duro el estómago para
bancar cada cosa...
La responsabilidad que se siente para con la sociedad a la
cual, alguien moral, empático, sensible, inteligente, podría aportar mucho, se
pelea con el sentimiento de saber de antemano que el sufrimiento a nivel humano, sensible, no es poco. ¿Cómo
entonces generar un sistema político ético cuando la gente que lo anima no lo
es?
Yo solamente veo una salida: Crear mecanismos de fuerte
control popular sobre el propio mundo de la política, sobre las esferas de los
representantes, que impidan desvíos que estas mezquindades y esta seducción del
poder que parecen como inseparables de tal actividad, producen casi de forma
natural. Esto quizás, al mismo tiempo, haría que la gente con un alto sentido
ético y moral, sintiera menos asco, menos recelo, menos dolor.
¿Cuáles serías estos mecanismos? Aún no lo sé… los animo a
que lo pensemos juntos.
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